lunes, 21 de julio de 2008

Los perros nunca se atan con longanizas

Demasiadas veces vemos u oímos noticias sobre la interceptación, llegada o naufragio de pateras en o a nuestras costas. Embarcaciones que sin ningún tipo de garantías y/o de provisiones zarpan cargadas de hombres, mujeres y niños con destino a las Islas Canarias o el litoral andaluz.
En la mente de todos los que viajan en ellas, un sueño, un deseo: escapar de la miseria, las guerras, las persecuciones, la hambruna.
Nada es un obstáculo, ni los kilómetros andados antes de llegar a un puerto donde embarcar, ni el dinero que deben pagar por ese pasaje al paraíso soñado y que puede significar los ahorros de toda una vida y de toda una familia, ni lo que puede pasar luego, una vez llegados a la costa, donde el idioma, la falta de documentación o la incertidumbre de lo que encontrará. Muchos de ellos no saben nadar, algunos ni siquiera han visto antes el mar.
Una vez en travesía, el sol, la sed, el hambre, el cansancio y a veces las enfermedades causarán estragos entre ellos, otras veces son las autoridades de terceros países las que acabarán con su sueño o con ellos mismos.
A veces pienso en cual ha de ser el nivel de desesperación que tiene que acumular un ser humano para jugárselo todo incluso la vida a una sola carta y quien fomenta esta desesperación y quien a su vez puede obtener beneficio de todo esto.
El sueño se fomenta de diferentes maneras. Me viene a la memoria cuando en la década de los sesenta, mi tío venía en verano procedente de Suiza donde había emigrado a trabajar. Traía un buen coche, objetos que aquí no se encontraban, buena ropa, etc, pero el trasfondo de todo solo era conocido por los más íntimos: Viviendas ocupadas por 10, 15 y hasta 20 personas. Jornadas laborales extenuantes, marginación social y muchas cosas más ¿Nos suena? Claro que nos suena porque es lo que les ocurre hoy en día aquí dentro de nuestras fronteras a muchos inmigrantes. Para algunos, Suiza, Alemania, Francia y su vendimia eran el paraíso y aunque parcialmente consiguieran vivir mejor que aquí, escondían la verdadera realidad tras el decorado de una falsa opulencia, para los demás más allá de nuestras fronteras esperaba el cielo. Cuando uno no tiene nada y ve a alguien que regresa como regresaban nuestros emigrantes, es muy fácil deslumbrarse y creer que fuera se atan los perros con longanizas.
¿Beneficio? Solo lo consiguen los desalmados que aprovechándose de las circunstancias y burlando la legalidad, emplean o mejor dicho esclavizan a los inmigrantes sin papeles. Son los mismos que incluso se atreven a pagar a constructores para que fabriquen nuevas pateras que traigan más y más mano de obra barata. Cuantos más lleguen más explotación, y no pensemos únicamente en las pateras que se hunden o se interceptan, pensemos en todas aquellas que llegan sin que sean noticia en los informativos.
Quitando a estos desalmados, nadie más se beneficia. No se benefician los gobiernos de los países: ni el de quienes los reciben, ni el de los países de origen de estos desesperados que huyen.
A nuestro país le supone un fuerte desembolso el combustible que precisan las patrulleras, guardacostas, helicópteros de vigilancia, etc. No es menos gravosa la inversión en sofisticados medios de detección, o el mantenimiento de los centros donde se interna a los inmigrantes interceptados a la espera de su repatriación, tanto en número de personas como en recursos tales, como mobiliario, comida, artículos de higiene etc.
Para los países de origen, el éxodo de mano de obra joven tampoco es un negocio ya que a las precarias condiciones en que se vive hay que añadir el envejecimiento de la población y son más los que se quedan por el camino que los que llegan y de estos últimos no todos reportan divisas a las arcas del estado ya sea de forma directa o indirecta.
¿Soluciones? Desde mi punto de vista no hay más solución que la transformación de la sociedad, del modelo de pensamiento que todos de una forma u otra tenemos, siempre o a veces, para empezar a plantearnos que todos, absolutamente todos los seres humanos que pueblan este planeta tienen una serie de derechos irrenunciables: El derecho a los alimentos, a la vivienda, a la sanidad, a la cultura, al trabajo, a la educación. No importa su ubicación, ni el color de su piel, porque eso es algo que no se escoge al nacer. Es obligación de quien tiene más, compartir con el que carece. Debería ser un deber de quien puede hacerlo el proporcionar las bases: educación y medios para erradicar el hambre, las enfermedades y posibilitar que poco a poco, paso a paso cada país pueda ser autosuficiente, haciendo buena aquella frase: Si quieres remediar mi hambre, no me des solamente un pez. Dame también una caña para poder pescar mis propios peces y así ya no te pediré más.
Mientras haya desigualdades, mientras haya injusticias, existirá el odio y el odio genera violencia y la violencia siempre se responde con más violencia, no nos asombremos pues de otras noticias que aparentemente nada tienen que ver con las pateras.

1 comentario:

  1. Muy buen post McGyver, aunque para ser sincero creo que mucja gente mira para otro lado con este asunto. Y es cierto que solo estamos viviendo aqui, lo que nuestros abuelos vivian antes en los istios que mencionaste, solo que no iban en pateras, sino en vagones de tercera; lo mismito.

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